Conocí a Susana en mi trabajo. Ella regentaba una tintorería y yo era la presidenta del Colegio Arbitral que decidía sobre un conflicto entre el establecimiento y un cliente. El cliente había llevado a limpiar una alfombra y el establecimiento la había perdido. Me llamó la atención lo ida que parecía Susana. Parecía desvalida y en otro mundo. La resolución fue contraria y se le condenó a pagar la alfombra. Pasados dos meses de nuevo tuve a Susana frente a mí. Tenía un papel en la mano y lloraba. Aun no entendía que debía pagar el importe de la alfombra y, como no lo entendía, no lo había hecho. Le hablé del derecho del perjudicado a ejecutar la resolución y de las medidas que el juzgado tomaría a ver si entendía que debía pagar. Cuando le hablaba de la posibilidad de embargo del local, comenzó a hiperventilar y se puso muy pálida. Ni que decir tiene que la conversación quedó pospuesta por motivos obvios.
Unos días después preguntó por mí un caballero que dijo ser el ex- marido de Susana. Vino a depositar el importe de la dichosa alfombra, que ya podía haber sido voladora. Me dijo que se había separado de Susana, que vivía en la costa y que el negocio lo llevaba ella.
- Pero no lo lleva bien, contesté.
- Porqué cree que me he separado...
No volví a saber nada de Susana hasta que acudió a una reunión de afectados por el cierre de una clínica dental. La observé mientras hablaba y de nuevo estaba ausente, en otra dimensión. Repetí las instrucciones varias veces y repartimos los formulario. En las reuniones sucesivas, aunque estaban programadas para grupos distintos Susana acudió a todas y con el mismo aspecto de no estar allí.
Hace unos días vino de nuevo, tenía problemas con el asunto de la clínica dental. Como me imaginaba nada de lo que se había indicado a los asistentes a las reuniones había entrado en su cerebrito de esponja marina y tenía un considerable lío de papeles.
Ayer la ví por última vez. Venía con un caballero. Se sentaron los dos frente a mi. Les expliqué la situación y observé que el caballero tenía la misma expresión de ausencia que Susana. Ambos estaban pero no estaban, con la diferencia de que Susana me miraba sin verme y el caballero pasó el tiempo plegando los sobres de las multiples cartas que Susana recibía y que ninguno sabía ni podía gestionar.
Pensé en que ojalá la naturaleza me hubiese dotado con el don de hacer milagros.