jueves, 30 de noviembre de 2017

ESPERANZA Y FUTURO ES MAL




No me gusta esperanza. Tampoco me gusta futuro.  No soy rara (o quizá sí) pero  no me gusta. No  vivir en dos tiempos. Uno avanza y se nota en  la orografía del rostro. El otro detenido en la  absurda esperanza. El pensamiento  en otro lado, en el lado de lo que no existe. Luego no es. Como si hoy no debiera ser sino mañana, pero es un día que quizá ya no está en el calendario. Me hablan de la siembra  y no de aprender de la tierra. Cuando ella debería haber llegado a futuro, ese futuro no estaba, era pasado, pero un pasado hueco  como un tubo de plomo.  Y entonces inventa  lo que debió ser cuando sólo pensaba esperanza. 

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Me gusta  ahora. Tener vida, pero no la de las muñecas sobre la cama que te miran con la cara lisa, y que saben bien que sólo los niños  desconocen  todo menos ahora. Me enseñaron  la caja de guardar la vida  para que luego fuera preciosa. Romper la caja. Dejar una muñeca, la primera, seguramente la mas sabia. ¿Cómo borrar lo grabado en la piel?. Arrancándola si hace falta. hasta que desaparezca el tatuaje esperanza. Uñas, dientes, pies y manos para abrir el cristal de futuro y nacer de nuevo a la verdadera existencia.

domingo, 1 de enero de 2017

FUE UNA ROSA PARA ALMA


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El ramo de rosas era un error. Ella había dicho que nada de regalos, nada de promesas y nada de compromisos. Solo amigos que se divertían juntos. Pero Peter envió un ramo de rosas. .Y se equivocó. Y ese día fue la última vez que se vieron. Fue una despedida para siempre. Como no queria el ramo separó cada rosa y las regaló a sus compañeras y les dio una a sus compañeros para sus mujeres y novias  Las repartió todas y cerró un capítulo de su vida. Lo que no sabía es que ese mismo día se abría otro..

Al día siguiente todas las rosas habían desaparecido  de las mesas excepto una que seguía colocada en un recipiente con agua en la mesa de uno de sus compañeros. Seguro se había olvidado  dársela a Alma, su novia. Al final de la mañana le insistió que no olvidase la rosa.

Pasaron los meses y un día recibió rosas de un cliente. El ramo era grande así que de nuevo repartió a sus compañeras y de nuevo le dio una rosa para Alma. No se la voy a dar, como tampoco le dí la otra, le dijo mientras posaba sus ojos en los de ella.

Entonces no lo supo pero quizá ese día fue el inicio de UNA  historia de amor diferente a todas las historias de amor vividas.

martes, 13 de diciembre de 2016

SONRIE




Aprendió a sonreír. Como si antes no hubiese sabido o mas bien no hubiese sonreído nunca de verdad. Aquí todos sonríen.  Sonrisas a su alrededor como blancos peces que nadan mecidos por el son y que han salido del mar para iluminar el mundo y enseñar al corazón la verdadera felicidad. Sonríen mientras caminan cadenciosos y observan a esa mujer extranjera que parecía no entender de la vida. Pero un día brotó la semilla de la felicidad en su interior y fue cuando entendió y aprendió a sonreír. Y ahora sonríe siempre con sus miles de sonrisas distintas recién estrenadas, una cuando mira al mar, otra cuando baila frente a la ventana, otra cuando , todavía sorprendida, escucha el misterioso ritmo de la vida en ese lugar. Otra cuando se cruza con ellos. Y entonces ellos ríen.  Tal vez,  algún día, también  pueda aprender a reír.

martes, 25 de octubre de 2016

TANGO

Sonaba la música de un tango apretado y sensual. Flotaba humo por encima de las cabezas, como flotaba ella en los brazos de Francesco, el bonaerense. Nada existía para ellos en el mundo mas que el sonido del viejo tango y la evolución cadenciosa de sus cuerpos. Los ojos oscuros de Francesco fijos en los de ella. Los de ella en los de él. El mentón orgulloso, la mano derecha tensa sosteniendo delicadamente la izquierda de ella y la otra en su cintura. En su cadera. Marcando el ritmo de los pasos. Avanza y ella retrocede. Ahora avanza ella y retrocede él, De pronto, con un quiebro de la melodía, sostiene su cuerpo muy cerca de su boca. Casi se besan pero no llegan a hacerlo. La mira ahora de abajo a arriba, con fiebre en los ojos mientras la observa esperando tenso la próxima evolución. Ella toma ahora el mando provocado con un cruce de piernas a través de la raja de su vestido negro. El arranca la rosa  de su pelo y la coloca entre sus dientes,con una rodilla en el suelo. Ella lo levanta por la barbilla y se enreda entre sus piernas, El arroja la rosa y gira a su alrededor, como un torero. La sostiene en quebrado y se acerca. Parece que la va a besar, pero en el último segundo ella aparta la cara y pisa con fuerza la rosa   en el suelo. Se aleja, pero él la coge de la.muñeca, obligándola a volver. Se miran largamente. El acaricia a lo largo su brazo y pone la mano abierta en su cara. Giran tentándose. Es él el que se vuelve. Ella se abraza a su espalda con la rodilla en alto. El se vuelve hacia ella y, finalmente, ella se deja caer sobre el brazo de él con la cabeza hacia atrás. El cuerpo inclinado a milímetros del cuerpo de ella, su mano debajo de su rodilla sosteniendo la pierna en el aire, bailando los dos ese tango que nadie ha bailado jamás.

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SUSANA Y EL PLEGADOR DE SOBRES

Conocí a Susana en mi trabajo. Ella regentaba una tintorería y yo era la presidenta del Colegio Arbitral que decidía sobre un conflicto entre el establecimiento y un cliente. El cliente había llevado a limpiar una alfombra y el establecimiento la había perdido. Me llamó la atención lo ida que parecía Susana. Parecía desvalida y en otro mundo. La resolución fue contraria y se le condenó a pagar la alfombra. Pasados dos meses de nuevo tuve a Susana frente a mí. Tenía un papel en la mano y lloraba. Aun no entendía que debía pagar el importe de la alfombra y, como no lo entendía, no lo había hecho. Le hablé del derecho del perjudicado a  ejecutar la resolución y de las medidas que el juzgado tomaría a ver si entendía que debía pagar. Cuando le hablaba de la posibilidad de embargo del local, comenzó a hiperventilar y se puso muy pálida. Ni que decir tiene que la conversación quedó pospuesta por motivos obvios.

Unos días después preguntó por mí un caballero que dijo ser el ex- marido de Susana. Vino a depositar el importe de la dichosa alfombra, que ya podía haber sido voladora. Me dijo que se había separado de Susana, que vivía en la costa y que el negocio lo llevaba ella. 
- Pero no lo lleva bien, contesté.
- Porqué cree que me he separado...

No volví a saber nada de Susana hasta que acudió a una reunión de afectados por el cierre de una clínica dental. La observé mientras hablaba y de nuevo estaba ausente, en otra dimensión. Repetí las instrucciones varias veces y repartimos los formulario. En las reuniones sucesivas, aunque estaban programadas para grupos distintos Susana acudió a todas y con el mismo aspecto de no estar allí.

Hace unos días vino de nuevo, tenía problemas con el asunto de la clínica dental. Como me imaginaba nada de lo que se había indicado  a los asistentes a las reuniones había entrado en su cerebrito de esponja marina y tenía un considerable lío de papeles.

Ayer la ví por última vez. Venía con un caballero. Se sentaron los dos frente a mi. Les expliqué la situación y observé que el caballero tenía la misma expresión de ausencia que Susana. Ambos estaban pero no estaban, con la diferencia de que Susana me miraba sin verme y el caballero  pasó el tiempo plegando los sobres de las multiples cartas que Susana recibía y que ninguno sabía ni podía gestionar.

Pensé en que ojalá la naturaleza me hubiese dotado con el don de hacer milagros.

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lunes, 24 de octubre de 2016

REPUGNANCIAS Y TOLERANCIAS


Cada día me repito a mi misma que debo ampliar mis  límites pero sin  querer salen mis repugnancias falsamente aplacadas. Créame mi único lector que soy tolerante con el pensamiento ajeno, con la forma de vida y con los gustos, elecciones o costumbres, siempre y cuando se mantengan en privado. Me da igual si son góticos, dominatrix, profundamente creyentes en lo que sea, ácratas o de derechas pero no puedo con determinados comportamientos. Me explico con un gráfico ejemplo:  si estoy tranquilamente en la playa  con mis atormentados pensamientos y frente a mi ocurre algo que inevitablemente capta mi atención desagradablemente, no puedo por menos que manifestar internamente algún tipo de reacción. Bien, juzgue mi lector mi grado de intolerancia:   La cuestión es que sale del agua una mujer mas o menos de mi edad, con su biquini y sus lorzas. Hasta ahí nada que me sorprenda por ser algo que conozco en propias carnes, nunca mejor dicho. El bikini tiene en su parte de arriba ese mágico relleno que pone en su sitio lo que no lo está, pero, claro está, la esponjosa y turgente talla extra se llena de agua. Comprendan lo molesto que puede ser tener pegadas al cuerpo y en sensible parte dos bolsas de agua almacenada que se enfría progresivamente. Sin duda es un precio que hay que pagar, salvo la protagonista de mi relato, que no estando dispuesta a soportar semejante molestia, frente a mi, ni corta ni perezosa comienza a exprimir el biquini como se estuviera auto-ordeñando, mientras éste suelta litros de agua. ¿Comprenden mi estupor?


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El verano da lugar a muchas oportunidades de ejercitar la tolerancia o en mi caso para que se disparen todas las sensaciones de repugnancia o rechazo. Autobús lleno de personas, insensatamente medio en pelotas, que vamos a la playa, digo insensatamente porque en nuestras residencias habituales no nos pondríamos semejantes atuendos en público ni muertos/as. Pero no es ese el centro de mi confesión, mas bien lo es una resuelta joven sentada que, automáticamente después de quedar el asiendo de adelante vacío, se descalza y coloca sus pies descalzos con playas de palmeras pintadas en cada uña en el asiento enfrentado. Inmediatamente saltan mis alertas de intolerancia y me reafirmo en mi decisión de ir de pie al pensar en la posibilidad de sentarme donde antes han estado unos pies sudorosos. La chica se baja y ocupa su asiento un sujeto de edad indefinida y aspecto de no ir a la playa. Como si fuese lo que corresponde hacer, hace lo mismo, se descalza y pone sus ¡¡¡dios mío!!!n ¿garras? (podría ser un gran escalador). Me bajo en la siguiente parada, aun lejos de la playa y me toca ir andando por culpa de este estómago que es un radar de guarradas y ordinarieces.

La naturalidad es buena, pero no tanto. Eso es lo que  pensé en el vestuario de la piscina. A la hora a la que voy (iba), hay bastantes mujeres de edad avanzada con las que coincido en el vestuario. Pase que se paseen en pelotas por la zona común y que se duchen con la puerta abierta, pero sus poses para secarse cada pequeño pliegue de su cuerpo pueden con mis propósitos de tolerancia. Imagínense el cuadro: pie en el banco  donde se deposita la ropa formando un arco con la pierna doblada y toalla sujeta con las manos por los dos extremos que va y viene por debajo del arco. Desvío la mirada, pero no puedo evitar posarla en otra mujer que, sin duda después de muchos hijos, luce unas enormes tetas pegadas al cuerpo como grandes lenguas acabadas en sendos dispensadores de leche. La mujer levanta con habilidad una de ellas para secar minuciosamente debajo como si la operación fuese lo mas normal del mundo. Me voy  con mi intolerancia, con  el pelo mojado y sin peinar.

Entiendo que a estas alturas, el lector me vea como un bicho raro y me odie un poco.



martes, 2 de agosto de 2016

BAILA


        Se ha acostumbrado al ritmo continuo de las cosas. Tiende la ropa al son de la tetera sobre el fuego. Se acompasan sus movimientos al goteo de un grifo. Los pasos al ritmo de las campanadas de la iglesia. El aleteo de su abanico con la música que sale de un coche. Allí la vida es rítmica y acompasada. Todo encaja como si hubiese un gran metrónomo invisible que marcase la pauta de vida. Las risas suenan melodiosas,  y las voces cantarinas.
        Casi ha olvidado cuando llegó, sonaba  una vieja canción a ritmo de soul. La maleta sobre la cama. El bolso en una silla. Un vaso de ron con lima.  Se había prometido no dejarse llevar por la melancolía de lo que había quedado atrás. No sabia cual seria su vida a partir de entonces pero intuía que seria muy distinta a la que acababa de abandonar. No había dicho adiós a nadie porque  por distintas razones no sintió que debiera hacerlo. No se despidió de su madre para no escuchar los reproches y las predicciones acerca de lo que le esperaba en un país extranjero sola, sin familia y sin un hombre al lado. De sus compañeros de trabajo, porque no les apreciaba lo suficiente. De su hermano porque al fin y al cabo vivía lejos. De sus amigos para no arrepentirse de la decisión tomada, y de él porque a estas alturas ya la habría olvidado y  si no lo había hecho de cualquier forma ya no quedaba nada por decir. Fuma lentamente   y bebe ron al compás de la música. El sol entra a raudales. Tras las cortinas esta el mar.  Los pedales de la bicicleta, la puerta que se abre, las voces en el patio y la lluvia en los cristales. Escucha. Escucha la vida como fluye sobre un pentagrama imaginario. Frente a la ventana, con su vestido azul, ella sonríe y baila. Baila al ritmo de las cosas y de aquel extraordinario lugar. 



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